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Margot

Despertó en la cama tiritando. La manta se le había hecho un nudo más abajo de las rodillas, fue alargando el brazo hasta conseguir estirarla y sentir un cosquilleo cálido por toda su anatomía. Se acercó la sábana de algodón hasta su naríz pálida y fría y volvío a cerrar los ojos hasta clavar casi las pestañas en su piel.
Kafka saltó sin remordimientos desde la mesita de noche y se abrió camino entre las sábanas hasta llegar casi al final de la cama.
Margot se retorció cuidadosamente y el felino se dejo caer ronroneando.
El sonido de las agujas del despertador inundó la habitación con esmero, y las persianas se movían a la vez que el aire gritaba por los huecos de la puerta, haciendo que Margot escondiera la cabeza debajo de la almohada.
El crujir del suelo de madera se fue difuminando poco a poco, y pasaron las horas y los minutos lentos hasta que sonó el despertador rojo de su mesita de noche.
Dio una vuelta rápida y Kafka entreabrió los ojos y se deslizó despacio hasta el suelo. Se oyeron sus pisadas y minutos después empezó a maullar.
Margot estiró los brazos, bostezó durante un segundo, apagó el despertador con su mano izquierda y piso el insensible suelo sin ganas. Deambulo adormilada por los pasillos, buscó sus zapatillas color azul, se lavó la cara, se recogió el pelo y se sentó a desayunar mientras los ojos se le cerraban.

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