Extremidades

Aquella tarde el sol se puso antes de hora, y yo te esperaba en la cama, descalza, acariciando con mis pies la textura de las sábanas, enredándome entre ellas hasta sentir el frío de tu espacio vacío en el colchón. Sonaron las llaves en la puerta, y sabía que eras tú. Me puse de pie sin poder titubear un segundo, el suelo estaba impasible y corrí a esconderme en el balcón. Dejando mis huellas húmedas por todo el comedor. Tu pronunciaste mi nombre desde detrás de la puerta, como queriéndome encontrar a escasos centímetros. Yo mientras me clavaba el hormigón. Estuve escuchando tus pisadas durante minutos y una vez estabas en la cama, me acerqué despacio y cubrí tus ojos con mis manos. Me propusiste salir y me llevaste a la playa. Escapé hasta el agua, mientras la arena se quedaba atrapada en mis pies. Y una vez en la orilla dibujé mi huella en el mar, sintiendo al agua invadir todos los rincones de mis pies. Y después notándolos pesados e infranqueables por la arena mojada. Jugamos a ser olas que se rompen, a ser agua que se evapora, tiempo que se borra. Hasta que la luz se desmayó y se hicieron las diez. Yo te besé en el cuello, tú me llevaste a casa, hasta cenar en la cama. Tus ojos se perdieron rodillas abajo, sujetando con la boca mis medias grises, y apartándolas de mis piernas. Yo sentía el tacto de la seda desprenderse por mis pies, despacio como una poesía. Y una vez fuera, mis pies se sintieron bailarines de ballet recorriendo el colchón y tu cuerpo. Me planté en la cama, y pude ver cualquier ángulo de aquella habitación. Me agarraste de las rodillas y me llevaste hasta tu cintura, contagiada de pequeños lunares que creí estrellas por un segundo. Fue como andar descalza por el césped, como tener sed viviendo en el agua, como atrapar el aire con la boca, como bizquear, sangrar o llorar. Fue una fusión, un experimento, una nueva forma de perder el control. Y después casi caigo, pero me planté sobre mis pies descalzos, noté como recaía en ellos todo mi cuerpo y me impulse hasta el techo.