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No había querido decirle nada, no había querido gritarle, ni enfadarme con él, ni siquiera odiarle por haber sido distante y opuesto. Llevaba el traje gris, y estaba sentado en aquel sillón de piel oscura, apoyando los codos en las rodillas y las manos en la frente. Su mirada parecía perdida entre las baldosas del pegajoso suelo de la habitación. Su pelo estaba sucio y medio rizado por la humedad. Yo me apoyaba en la pared aun a riesgo de ensuciarme el vestido negro de cal, y lo miraba ensimismada, de vez en cuando, sin que se diera cuenta. Aun así me acerque despacio, con paso firme mientras el ruido de los zapatos de ante hacían eco por toda la habitación. Note su rápido pulso desde la mínima distancia, y apoye mi mano sobre su débil y herido hombro. Hizo un gesto de dolor y me miro a los ojos. Ninguno de los dos hablamos, solo estuvimos ahí sentados, yo hiriendole despacio con mi mano, él pensando que lo merecía.

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