Se había sentado a esperarle frente a la mesa del teléfono, con el cigarrillo encendido, apoyado en el cenicero, consumiendose rapidamente como su paciencia. Con sus uñas acariciaba despacio el tejido de su falda azul turquesa, que se perdía de cintura hacia abajo, hasta alcanzar el oscuro suelo del salón. Sé quedó mirando hipnotizada la ventana y en un instante, que a ella le apareció eterno, el sonido del teléfono interrumpió toda la habitación. Se giró a mirarlo con miedo y ni siquiera se atrevió a contestar.
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