Estaban todas apiladas, desde que cruce la calle, ahí estaban, mirando incrédulas y vacilantes. El asfalto no era más que un cauce oscuro y a mi me preocupaba más resbalar. Algunas eran casi invisibles, dejaban un intenso color en el tejado que apenas parpadeaba, pero el resto no era perceptible. Algunas se cruzaban, otras eran ajenas y se embobaban con cualquier minucia desde las alturas. Aquel camino solo duraba apenas tres minutos y en aquel espacio de tiempo vi como diez o doce, algunas asustadas y frágiles, intenté acercarme a estas últimas sin poder acariciarlas, contra mas relentizaba mi paso, más retrocedían. La calle estaba vacía, solo llena de ellas, no había ruidos, ni coches, ni conversaciones, solo mis pasos y sus miradas, sus miradas felinas contemplando desde cada tejado.
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