Esa indescriptible sensación otra vez,
te rodea los pulmones como si fueran hormigas
viscerales deseosas de devorar como carnivoras
todo lo que es tuyo.
Se van emplastando los huesos, y dilatando
las pulsaciones, hasta que en las sienes solo queda
un aullido pausado y molesto que te va desencajando
poco a poco por dentro.
Gritas como una muda esperando que un sordo te
escuche, mientras van agonizando tus pupilas y tu
pelo se estremece como la piel de gallina.
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