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La pequeña muerte

Se dejaba ver entre los edificios, altos y riculizados en contacto con el cielo, cómo una espiral de abismos incesantes que seguramente acababa entre los acordes de cualquier guitarra rota, yo, medio indecisa sobre andar o correr, me quede quieta, analizandola poco a poco con la mente, y ella, como si de otras cosas se tratara, se digno a recorrerme igual de despacio que yo a ella. No recuerdo el tiempo, pero sí sé que se estaba extinguiendo, como yo, e incluso como ella, por mucho que digan. Me senté sucumbida en el duro asfalto y me ardieron las manos, el sol me cegaba desde arriba, como si fuera una más de sus tantas víctimas, y mientras ante mi se planeaba el espectaculo, yo lo disfrute descalza, tampoco lo creí tan fuerte, al fin y al cabo, vivir solo es vivir la vida y morir, morir la muerte.

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