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Era una niebla densa y dulce, mutilada por las finas ramas desnudas del parque. Todavía continuaba amaneciendo, aunque el sol pareciera devorado e inservible. El brillo verdoso del estaque, aunque débil, relajaban desde el banco las hambrientas miradas felinas que habían intentado cazar durante toda la noche.   Los pájaros empezaban su canto más agudo desde las alturas, algún que otro despistado transeúnte volvía a casa cabizbajo, el viento comenzó soplando despacio y poco a poco cogió fuerza.


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