Había empezado a llover y hacía un calor insoportable. La ropa estaba volviendo a mojarse en el tendedero, bajo algunas macetas de flores rojas y blancas. La conversación era monótona, entre un café frío y apático. Daniel hablaba de facturas por pagar, Julia miraba las gotas resbalando en el cristal. Había una pila de libros viejos en el salón, solo eran cuatro o cinco, y el gato estaba encima, mirando con sus ojos abiertos el vuelo de una diminuta mosca. El timbre sonó tres veces, seguidas, ambos dirigieron la vista hacia la puerta. Daniel se acercó a abrir, no sin antes asegurarse de quien era preguntando desde el otro extremo de la puerta.
La hermana de Julia estaba completamente mojada, tenía el pelo corto y algunas gotas resbalaban por su cuello hasta perderse dentro de su escote. Julia le acercó una toalla oscura, y le sirvió un café.
La tormenta dejó sin luz los edificios y las calles, los relámpagos iluminaban el cielo cubierto, cada pocos segundos. Aunque la lluvia había empezado a caer con menos fuerza.
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