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Era consciente, estaba allí inmovil en el pasillo, notaba como el sol de las seis se hundía entre mi pelo y mi sombra se reflejaba en la pared. No podía escuchar del todo pero sabía que estaban allí hablando de mi, de cuando volvería, de en quien me estaba convirtiendo, del tiempo que podrían aguantar.
Cada palabra me estaba resultando curiosamente indiferente, pero seguía allí, espiándoles, con esa adrenalina que se te queda atravesada en la garganta, con el miedo de hacer ruido por si te pillan dónde no estás invitada.
Me quise acercar unos pasos más, el suelo de madera crujió débilmente, aun así estaba segura de que no me habrían escuchado, roce las paredes con la palma de mis manos, sigilosa, y pude verles en el sofá, con sus tazas de café soltando humo, con el sol de las seis haciendo reflejo entre las copas del armario.
Levantaron la mirada y me invitaron a pasar.

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