Supuse que sería una noche normal. Y en aquel momento lo era. Estaba tumbada con una camiseta deforme que me cubría el cuerpo hasta casi las rodillas. En la dos televisaban uno de esos programas de mínima audiencia y el caso, es que me resultaba que la distancia entre el sofa y mi cama era de un país entero. El problema de que la noche no fuera normal, no fué el hecho de que me quisiera ir a dormir o que el programa de la dos terminará antes de tiempo. No se como ni con que pretexto sonaron las once, y estabas en mi puerta, empapado, con esos rizos que resbalaban hasta tus cejas, con un falso dolor de cabeza que te dio el pase para entrar hasta mi sofa. Me acurruqué cerca de tí para poder escuchar que hacías aquí y tu mirabas la aspirina, removiendola y bebiendola despues a sorbos lentos. Dejaste el vaso en la mesa, con cuidado, recuerdo que yo parecía una estúpida mirando con detalle todos tus movimientos. Después de eso, no había escuchado tu voz aún. Y me abrazaste. Las mangas de tu camiseta estaban mojadas, tanto que mi camisón se quedó frío y me hizo tiritar. Separaste la cabeza de mi hombro y la llevaste a dos centimetros de mi nariz, a dos y medio de mi boca, esperando que te dijese algo. Pero francamente, no sabía de que hablarte. Entonces, la noche empezó a ser diferente, justo en este punto, me dejé caer sobre tus labios, sin ningún movimiento, tú me seguiste casí llorando, aunque por aquel momento confundí tus lagrimas con gotas de lluvía, resbalaste las manos hasta mi tripa, recorriendo después mis brazos, mis manos, dedo a dedo, mi pelo. Llegado a ese extremo, tu ya me habías quitado el frío del cuerpo, te abalanzaste despacio, dejandome tumbada en el sofa, y me besaste el cuello, hiciste un camino hasta llegar a la frente, pasando más lentamente por la boca. Nunca ví tus ojos más verdes. Me deshice de tu camisa mojada, y tu ya me habías dejado en sujetador, recorrí a besos tu espalda hasta dormir la boca en tu cuello, jugando a hacer circulos en los lunares que encontraba. Me llevaste a la cama, y el camino me pareció más corto, recuerdo el roze de las sábanas, tu aliento clavarse en el aire, la tímida hilera de un cigarrillo que quedó para después. Pronunciaste mi nombre un par de veces, lo recuerdó porqué cuando lo hiciste te miré como suplicandote que no te fueras, y no te fuiste.
Había dejado la persiana medio abierta y al dar las siete y media el sol entró con un mínimo de fuerza por la ventana. Me froté los ojos y estiré los brazos despació, a la vez que bostezaba, giré mi cuerpo como si me moviera la gravedad, y allí estabas tú, escondiendo tripa porque sabías que ya estaba despierta, yo me reí para mis adentros, y me abracé a ella, besandote cerca del ombligo, apollaste tu mano en mi pelo y lo masajeaste, miré hacía arriba y, aunque ví los mismos ojos que vinieron empapados, estabas sonriendome. Me contorsioné hasta tu mejilla, cerré los ojos, y te deseé buenos dias.
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