La calle todavía estaba vacía y olía a niebla espesa. Algunas farolas empezaban a encenderse despacio, con esa luz anaranjada, volviendo la atmósfera etérea y frágil, como un incendio silencioso. Julia todavía estaba en la cama, el pelo se le había enredado bajo la almohada de tanto moverse durante la noche.
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