Pages

.

Siempre había sido la de la silla de atrás, como si una frontera inexplicable dividiera con cuidado los pocos centímetros que los separaban. No le gustaba levantar la mano para responder las preguntas que sabía, por lo que, él no conocía ni su voz, y ella estaba enamorada de su espalda. Imaginaba que se abrazaba a ella cómo si fuera víctima de un naufragio y tuviera frío. Él, ignorando su presencia, se giró para pedirle un bolígrafo, y ya no hubo más espaldas cálidas ni voces mudas. El misterio se quedó en aquel bolígrafo azul, que, cómo de casualidad no funcionaba, les hizo hablar durante horas.

2 comentarios: