Desde mi cuarto veía el frío, trepando por la fachada del edificio de enfrente, moviendo las persianas de madera blanca, con su incesante ruido molesto, desconcentrandome. Mi ventana estaba a la altura de la suya, pero sus cristales estaban cubiertos, una cortina de punto fino creaba siluetas en su comedor.
Mi ventana se había quedado abierta y miraba de reojo, por si apartabas la cortina para ver la calle, se había puesto a llover. A los pocos segundos tu persiana bajó, fue un ruido peor que el del aire. No quise esperar demasiado y baje la mia. Estaba saliendo de la habitación cuando escuche que la subías de nuevo y corrí para hacer lo mismo con mi persiana, pero se había quedado atascada.
No era el destino entonces que se conocieran.
ResponderEliminarSara,
a veces el destino juega malas pasadas. Gracias por pasar Sara :)
ResponderEliminar